Saturday, November 20, 2004
Leda. Gustavo Sainz
El cuerpo amoroso es como una tabla de multiplicación.
La meta es mirar pasmado.
Este libro está construído para que nos detengamos ante cada página y miremos.
Es una experiencia envidiable sentirse libre ante los demás.
Debemos ser consecuentes y prolongar mentalmente la escena.
¿Sueño de la vigilia?
No se nos dice y se nos repite por todas partes que esta muchacha es sólo un un sueño.
Hay un tiempo para mostrarse y un tiempo para ocultarse.
Tanto la vigilia como el sueño son igualmente irreales.
Si el sueño no fuera verdadero tampoco el soñador lo sería.
Alejandro y Leda confeccionan nuestros sueños.
Una quietud perfecta.
Hacer hablar al árbol, el árbol oracular o árbol de los sueños.
El árbol en el que grabamos el nombre de la amada.
Leda vaga apasionada entre las hojas letradas.
Su desnudez puede hacer que nos sintamos menos abandonados.
Esta desnudez sugiere un más allá.
Esta figura se fuga.
El pecado no es la desnudez, es la procreación.
Ay, estos juegos de fuga y contra-fuga, de curva y distención, de inmovilidad y movimiento.
Aquí se han detenido la vida y la juventud.
La belleza es la teofanía por excelencia.
Dios es un ser hermoso que ama la hermosura.
Olvido de la muerte y tentativa de hacer el instante una eternidad.
Una victoria contra el tiempo, un allá que es un aquí, el viaje de la ternura al erotismo.
Se estiran los minutos y alargan como siglos.
¿Qué vemos? Todo y nada.
Relación puede ser sinónimo de conflicto.
La transición de matriarcado a patriarcado nos acompaña siempre y no nos lleva a ninguna parte.
El mundo es una caverna oscura para los prisioneros de Platón y el alma mágica de Spengler.
El mundo una caverna oscurísima adonde sólo brilla tu desnudez.
Tortuosos senderos, espirales, laberintos, páramos recorridos en danzas rituales, iniciáticas.
La historia de la humanidad va de la caverna natural a la caverna artificial, de la caverna subterránea al subterráneo sobre la superficie de la Tierra.
En algún lugar del laberinto está la muchacha.
La danza de Leda es la danza de la vida.
Somos de la sustancia con que se hacen los sueños.
En estas imágenes siempre hay sorpresas, el descubrimiento de una muchacha a la que nada nos une excepto una mirada que ella no puede devolver.
Es vida y está quieta.
Es juventud, vivacidad, se anula y renace siempre y al mismo tiempo, aquí y en ninguna otra parte, ahora y nunca.
Una atracción hacia una persona única: el amor ¿o una renuncia al significado?
El sueño es muerte agitada por ensueños, la muerte es sueño sin ensueños.
El descenso al mundo de los deseos es lo que le acontece a cada ser humano cada vez que se duerme.
Verla desnuda es incrementar el misterio.
El poder político es una trama tejida, un velo político bien trabajado, un velo de engaño.
Un presente absoluto e infinito pues aquí estamos solos con ella.
Tiembla en la luz.
Símbolo del centro de la vida, adonde se custodia la verdad absoluta.
Tendríamos que aprender a movernos en este paisaje onírico.
Geografía zodiacal.
Aquí desaparecieron las llamas del ocaso y la aurora.
Solsticio de invierno.
La unificación de la especie humana: un combate mental, una lucha en y por las mentes humanas.
El deseo de ver es el deseo de devorar con la vista.
Hay quien fornica con la mirada.
Concentrarse en el acto de ver es convertir en piedra.
El placer de la participación ideal y la prohibición de la participación real.
Tiempo equinoccial.
El lector paralizado.
Hierofanía: algo sagrado se nos muestra.
Derribad las fronteras, los muros, abajo los mecanismos de defensa, la armadura del carácter: el desarme.
El cuerpo no es una cosa o sustancia dada, sino una creación contínua.
Leda desnuda es un sistema de energía, un modelo postural nunca estático, en una perpetua autoconstrucción y autodestrucción internas.
Flujos, influjos, reflujos.
Líneas de energía, torrentes psíquicos, catexias libidinales.
En la imagen postural propia de Leda se funden imágenes posturalres de otros.
Quiero ser el director de escena.
Un campo magnético de acción a distancia o un campo mágico.
En la acción mágica hay una conexión especial entre los seres más distantes.
Vivacidad pura dice Octavio Paz, latido del tiempo.
Levantarse de entre los muertos.
Todo descanso desafía mis poderes.
El límite entre cordura y locura es falso.
Solsticio de verano.
El crepúsculo y la noche en el arco de la jornada.
Travesía en un ataúd que es una barca que es un pez es una ola.
La verdad desnuda.
Girar primordial del cosmos, la idea del vórtice y el vértigo.
Hacer consciente lo inconsciente, descubrir un secreto, rasgar un velo, romper un sello.
Ilusión de lo no realizado aún.
Espacio mágico para lo nuevo.
Amor a primera vista: alguien pierde su alma por la muchacha que está en estas páginas.
El reino del placer esta próximo, cada página que pasa se aproxima más.
El verdadero templo es el cuerpo humano.
Nos inunda una luz deslumbrante.
Sucesivos torbellinos de energía giratoria.
Nada hay que no sea alimento.
En el sueño del deseo el deleite despierta.
No se trata de un proceso paulatino sino de un súbito abrirse paso.
Leda se desviste y las sombras huyen.
Verdades del cuerpo y del no-cuerpo.
Seducción de las apariencias.
El verbo hecho carne.
Ella sabe lo que es justo y nosotros estamos entre tinieblas.
Nítidas formas del sueño cosmológico.
El Paraíso es una persona.
El rubor de la ninfa es el espejo que refleja y produce la exuberancia fáustica.
La espantosa metamorfósis que sufre Acteón por haber mirado a Artemisa.
El cuerpo como algo creado por el alma, la encarnación como fruto de la idea, la vibrante cuerda como criatura de la música que hace surgir.
Pasos diferentes, cercanos, yuxtapuestos o cruzados.
Un amor en sueños no es menos real que uno de vigilia.
Perseverancia impenetrable y alucinatoria.
Nos ponemos en movimiento porque no tenemos más remedio.
Los reinos literales son sólo sombras.
La realidad revelada por la imaginación no es el cuerpo literal sino el simbólico o místico.
La perplejidad es parte del mensaje.
Una línea que viene del pecho, del corazón por el camino del pecho.
Leda es llamada raíz de menos uno, número irracional e imaginario.
Levisimos sus pasos, alucinante su desnudez.
Cálido, dulce y sutil el cuerpo antes del amor.
Detrás de esta fachada de indiferencia ¿es posible ser un monstruo de ternura y que ella sea un monstruo de sensualidad?
No está ligada a nada, ni siquiera a su cuerpo que es ágil y seductor.
Una necesidad congénita de exceso, de extravagancia, de exageración, de ardor.
No nos besa jamás, ni nos acaricia, y sin embargo tiene algo de ternura, de animal, de fruta, de traviesa.
Juega a subrayar las distancias.
Un poco como esos prestidigitadores que se dan vuelta y descubren que la mujer que estaba junto a ellos ha desaparecido.
La miro y vuelvo a mirarla para saber si existe.
Su arte es el de la desaparición.
Anonadar este mundo.
El amor sólo es bello con un cuerpo tímido, un sexo que juega con su timidez.
No hay más afrodisiaco que la inocencia.
Los labios son nuestra fuente como dice el Corán.
Desnudez suave y tranquila bajo la mirada nerviosa del lector.
Leda sólo tiende a aparecer y a desaparecerse inmediatamente.
Fresca, dulce y dúctil: el cuerpo de la seducción.
Polivalencia erótica, potencialidad infinita del deseo.
Todo lo que concierne al deseo es sagrado porque es convencional.
Era difícil imaginársela desnuda.
En una página aparece su naturaleza contradictoria, esa vivacidad que parece anularse y renacer, y que siempre y al mismo tiempo es ahora y es nunca.
¿Cómo elegir si no somos dueños ni de nosotros mismos?
Exceso de realidad, hiperrealidad de la fotografía.
Un universo donde lo femenino no es lo que se opone a lo masculino sino lo que seduce a lo masculino.
La anatomía es el destino decía Freud.
Lo femenino como apariencia es lo que hace fracasar la profundidad de lo masculino.
La femineidad como principio de incertidumbre.
Seducirnos a todos haciéndonos enloquecer.
No hay otra femineidad que la de las apariencias.
La modernidad desacralizó el cuerpo y la publicidad lo ha utilizado como un instrumento de propaganda.
El capitalismo a convertido a Eros en un empleado.
Todos los días la televisión nos presenta hermosos cuerpos semidesnudos para anunciar cervezas, muebles, desodorantes o bienes raíces.
Aquí no hay ningún plan.
El juego y no la ponderada gravedad puritana.
El espíritu es amor libre.
Ni siquiera estrategia. Sólo fotografías que se suman unas a otras con la ligereza del azar, del encuentro accidental, del gesto furtivo, del signo ilegible.
El delirio de la seducción.
La caverna de la soledad es la caverna de los sueños, la caverna del espectador pasivo.
La construcción de la ilusión.
Lo que siempre esta hablando en silencio es el cuerpo.
Seducir a los dioses, seducir a los espíritus, seducir a los muertos.
Leda piensa atraparme desprevenido, superarme en audacia, deslumbrarme.
Mi pasión se volverá dedidida, enérgica, concluyente, dialéctica.
Pero el tacto es imposible, sólo queda el ímpetu.
Su respiración no se oye.
Represión y licencia, sublimación y perversión.
La imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imágenes.
Amar es transformar y ser transformado.
El amante debe ser flexible, fluíble, dúctil.
Leda es el poema.
Su corazón palpita, no hay duda, pero no aquí, completramente desnuda para la lucha, inmóvil, encantada.
El puerto tras la tormenta, el sueño tras la fatiga.
No existe satisfacción, no existe suficiente.
Cambios de tema desconcertantes, bruscas yuxtaposiciones.
Sería bonito besarla y darle vida, como en los cuentos.
Aníbal Angulo. Gustavo Sainz
Al mirar las fotografías de Aníbal Angulo que se agrupan en éste volumen vinieron a mí memoria unas líneas de un libro temprano de Octavio Paz: “Cortar el cordón umbilical, matar bien a la Madre: crimen que el poeta cometió por todos, en nombre de todos. Toca al nuevo poeta descubrir a la Mujer”.
Aníbal, nuevo fotógrafo, descubre a la nueva Mujer.
Y pronto otras líneas de una novela mía, Fantasmas aztecas: “…que la mujer es un ser imaginario, un animal fabuloso emparentado con la mantícora, el hipogrifo, la anfisbena y el catoblepas…, que la mujer no existe, que lo que existe en todo caso es el espacio que la mujer ocuparía (de existir), es una serie, una concatenación de ideas acerca de la mujer, de lo que debe ser una mujer…”
O como dice Jaime Sabines: “En la orilla del aire (¿qué decir, qué hacer?) hay todavía una mujer”.
Y pensaba en esto mientras pasaba las páginas una y otra vez, y miraba a estas mujeres como formándose de arena, de agua, de blanco deslumbrante, plasmándose en el negativo con dificultad, desfiguradas, deconstruídas, sucesivas, acumuladas, pero siempre como en cierta desesperación de salida, de salir a la luz, a la vida, a la representación.
Hay un exceso controlado en el trabajo de Aníbal.
Una voluntad de encontrar otro orden, de atreverse a ir más allá, como si tratara desesperada y controladamente de alcanzar algo que nunca puede alcanzar, pero que lo persigue porque lo arrebata y lo llena de voluntad y de pasión y hasta de cierta desesperación.
Las olas lamiendo la orilla de la playa parecen ilusorias.
Pueden y no pueden contenerse.
“Bajo el agua, en el agua, abre, enciende los ojos, mírala bien”: Sabines.
Sueltan su secreto, una oleada tras otra y dejan ver a una Mujer, a cierta Mujer, a esta nueva Mujer que apenas nace en los albores de un nuevo siglo.
Tratan de llegar a la figura completa de una Mujer.
Las que son muy feas que nos perdonen, como decía Drummond , una Mujer muy difícil de crear, una Mujer casi imposible de concebir, de contemplar, de comprender.
Esto se arreglará.
En el oleaje no hay ninguna libertad.
Las olas se esfuerzan por confundirse unas con otras y quieren develar a una Mujer verdadera, es decir, única, diferente, auténtica, posible.
“Algas, ramas de peces, ojos de náufragos, flautas de té, le cantan, la miran bien”: Sabines.
Creen que pueden, cubren enteramente la belleza de ese cuerpo femenino y Aníbal vigila.
La mujer amada está en un estado de resurrección permanente.
Aníbal la escruta y la descifra sin cesar, pero sale del cerco, nunca coincide perfectamente con el discurso que le conviene, burla todos los esfuerzos que consigue hacer por rodearla o circunscribirla: por eso la intuye.
“En el monte, extendida sobre la yerba, si buscamos bien: una mujer”. Sabines de nuevo.
El amor, olvido de todos, es un llamamiento al otro.
Este sueño encantado constituye un despertar de la sensibilidad irreductible de la visión del cuerpo del otro.
Esta embriagadora evasión desembriaga a quien vive con su imperialismo.
En lugar de ser contemplada desde lo alto, dominada por una mirada panorámica o escuchada con un oído sospechoso, la Mujer es acogida, y esta hospitalidad realiza la significación metafísica de la comunión en el amor.
En las minas, perdida, delgada, sombra también, raíces de plata oscura le dan de beber”: Sabines.
En el amor el pensamiento tiene una posibilidad de abrirse a una verdad nueva cuando esa nueva Mujer es encarada de frente y el pensamiento repite sus propias certezas y constituye una amenaza para la representación cuando la Mujer queda intuída, rodeada, englobada, comprendida.
Lo que el profano no perdona a los artistas es el hecho de que éstos se adueñen de los problemas de todo el mundo, de que los personalicen, de que los oscurezcan y de que por fin los restituyan pero en un lenguaje del que queda excluído todo el mundo.
Fotografías como caricias.
La caricia no es un simple rozamiento, sino que es cierta modelación.
Al acariciar a otra persona hago nacer su carne bajo mis dedos.
La caricia es el conjunto de la ceremonia que encarna al otro.
“A tu espalda, en donde estés, si vuelves rápido a ver, la ves”: Sabines.
Una trampa tendida al otro para que al renunciar a su mirada y su libertad se convierta en presencia ofrecida.
Es una incitación a la pasividad, un intento de incorporar al ser deseado para que ya no pueda escaparse y para que yo cese de vivir bajo su mirada.
Por tierna o ferviente que sea la caricia está animada por el deseo de hacer inofensivo al otro, de desarmarlo, de transformarlo en objeto y de cercarlo dentro de los límites de su puro estar presente para que no me trascienda por todas partes.
Aníbal acaricia las fotografías de este libro en su computadora con el cursor que modifica, acentúa, borra, recompone, altera.
Ya no expuesto a la mirada de esa Mujer, como si insidiosamente se desquitara, ya no es dependiente, o lo es pero sólo de su arte, está poseído por el placer de representar sus visiones interiores.
Por medio de sus fotografías petrifica y arrastra a aquella cuya mirada lo había adherido a su ser.
No hay armisticio alguno en la lucha de las conciencias.
El soldado con licencia continúa siendo un combatiente.
El reposo del guerrero es también una artimaña de guerra.
Lo femenino no es invisible ni misterioso, es transparente.
A la lucidez del instinto se opone el instinto de la lucidez.
La lucha por la expresión en el caso de Aníbal es “única”.
Sus fotografías hacen visible esa lucha.
Sus fotografías representan lo que va a pasar y lo que está pasando, lo venidero y lo arcaico, lo remoto y lo próximo, lo que puede llegar a ser y lo que nunca podrá ser.
Su ojo tras su cámara es la combinación perfecta para producir significados y asimismo para destruírlos.
Las últimas fotografías del libro implican una especie de fin de la representación y comienzo de algo que todavía no termina.
La naturaleza es una totalidad viviente.
Aníbal descubre sus metáforas.
Versiones del mito venerable de la gran Diosa, del deslumbramiento ante la mujer amada, del extrañamiento ante la Virgen, la Madre, la Exterminadora donadora de vida, la que no se entiende, la Incógnita, la Contorsionista.
No es un mito moderno: es la versión (moderna) del Mito.
Pasividad inconsciente del absoluto, fase de la conciencia todavía pasiva y aparición de la actividad o energía.
Carnicería, sexualidad, propagación y contemplación espiritual.
Poseída por su delirio la Diosa danza de nuevo.
Representación del movimiento o descomposición y superposición de las posiciones del cuerpo en marcha.
Una rebelión contra el pseudo-arte kodak.
La fotografía como un arte manual y visual.
El mundo fenoménico es Maya, la ilusión.
Un acercamiento como homenaje a Marcel Duchamp y su desnudo bajando la escalera.
“El erotismo vive en las fronteras de lo sagrado y lo maldito”, dice Octavio Paz.
El tema de estas fotografías es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva.
El juego de Aníbal es muy complejo porque la combinación no sólo es fotográfica y plástica sino mental, crítica e irónica.
Aníbal sabe que delira.
Nunca incurre en la ingenuidad de la fotografía automática, obturador impresión.
Su propósito no fue fotografiar como una cámara sino servirse de la cámara y sus fotografías para pintar.
“En el aire hay siempre oculta como una hoja en un árbol una mujer”: Sabines.
El espectador hace la historia.
Las fotografías sólo son puntos de partida.
Un arte que obliga al espectador y al lector a convertirse en un artista y en un poeta.
En un mundo adonde vivimos la crisis de la representación el verdadero artista llega y con una sonrisa establece su ley.
Aníbal, nuevo fotógrafo, descubre a la nueva Mujer.
Y pronto otras líneas de una novela mía, Fantasmas aztecas: “…que la mujer es un ser imaginario, un animal fabuloso emparentado con la mantícora, el hipogrifo, la anfisbena y el catoblepas…, que la mujer no existe, que lo que existe en todo caso es el espacio que la mujer ocuparía (de existir), es una serie, una concatenación de ideas acerca de la mujer, de lo que debe ser una mujer…”
O como dice Jaime Sabines: “En la orilla del aire (¿qué decir, qué hacer?) hay todavía una mujer”.
Y pensaba en esto mientras pasaba las páginas una y otra vez, y miraba a estas mujeres como formándose de arena, de agua, de blanco deslumbrante, plasmándose en el negativo con dificultad, desfiguradas, deconstruídas, sucesivas, acumuladas, pero siempre como en cierta desesperación de salida, de salir a la luz, a la vida, a la representación.
Hay un exceso controlado en el trabajo de Aníbal.
Una voluntad de encontrar otro orden, de atreverse a ir más allá, como si tratara desesperada y controladamente de alcanzar algo que nunca puede alcanzar, pero que lo persigue porque lo arrebata y lo llena de voluntad y de pasión y hasta de cierta desesperación.
Las olas lamiendo la orilla de la playa parecen ilusorias.
Pueden y no pueden contenerse.
“Bajo el agua, en el agua, abre, enciende los ojos, mírala bien”: Sabines.
Sueltan su secreto, una oleada tras otra y dejan ver a una Mujer, a cierta Mujer, a esta nueva Mujer que apenas nace en los albores de un nuevo siglo.
Tratan de llegar a la figura completa de una Mujer.
Las que son muy feas que nos perdonen, como decía Drummond , una Mujer muy difícil de crear, una Mujer casi imposible de concebir, de contemplar, de comprender.
Esto se arreglará.
En el oleaje no hay ninguna libertad.
Las olas se esfuerzan por confundirse unas con otras y quieren develar a una Mujer verdadera, es decir, única, diferente, auténtica, posible.
“Algas, ramas de peces, ojos de náufragos, flautas de té, le cantan, la miran bien”: Sabines.
Creen que pueden, cubren enteramente la belleza de ese cuerpo femenino y Aníbal vigila.
La mujer amada está en un estado de resurrección permanente.
Aníbal la escruta y la descifra sin cesar, pero sale del cerco, nunca coincide perfectamente con el discurso que le conviene, burla todos los esfuerzos que consigue hacer por rodearla o circunscribirla: por eso la intuye.
“En el monte, extendida sobre la yerba, si buscamos bien: una mujer”. Sabines de nuevo.
El amor, olvido de todos, es un llamamiento al otro.
Este sueño encantado constituye un despertar de la sensibilidad irreductible de la visión del cuerpo del otro.
Esta embriagadora evasión desembriaga a quien vive con su imperialismo.
En lugar de ser contemplada desde lo alto, dominada por una mirada panorámica o escuchada con un oído sospechoso, la Mujer es acogida, y esta hospitalidad realiza la significación metafísica de la comunión en el amor.
En las minas, perdida, delgada, sombra también, raíces de plata oscura le dan de beber”: Sabines.
En el amor el pensamiento tiene una posibilidad de abrirse a una verdad nueva cuando esa nueva Mujer es encarada de frente y el pensamiento repite sus propias certezas y constituye una amenaza para la representación cuando la Mujer queda intuída, rodeada, englobada, comprendida.
Lo que el profano no perdona a los artistas es el hecho de que éstos se adueñen de los problemas de todo el mundo, de que los personalicen, de que los oscurezcan y de que por fin los restituyan pero en un lenguaje del que queda excluído todo el mundo.
Fotografías como caricias.
La caricia no es un simple rozamiento, sino que es cierta modelación.
Al acariciar a otra persona hago nacer su carne bajo mis dedos.
La caricia es el conjunto de la ceremonia que encarna al otro.
“A tu espalda, en donde estés, si vuelves rápido a ver, la ves”: Sabines.
Una trampa tendida al otro para que al renunciar a su mirada y su libertad se convierta en presencia ofrecida.
Es una incitación a la pasividad, un intento de incorporar al ser deseado para que ya no pueda escaparse y para que yo cese de vivir bajo su mirada.
Por tierna o ferviente que sea la caricia está animada por el deseo de hacer inofensivo al otro, de desarmarlo, de transformarlo en objeto y de cercarlo dentro de los límites de su puro estar presente para que no me trascienda por todas partes.
Aníbal acaricia las fotografías de este libro en su computadora con el cursor que modifica, acentúa, borra, recompone, altera.
Ya no expuesto a la mirada de esa Mujer, como si insidiosamente se desquitara, ya no es dependiente, o lo es pero sólo de su arte, está poseído por el placer de representar sus visiones interiores.
Por medio de sus fotografías petrifica y arrastra a aquella cuya mirada lo había adherido a su ser.
No hay armisticio alguno en la lucha de las conciencias.
El soldado con licencia continúa siendo un combatiente.
El reposo del guerrero es también una artimaña de guerra.
Lo femenino no es invisible ni misterioso, es transparente.
A la lucidez del instinto se opone el instinto de la lucidez.
La lucha por la expresión en el caso de Aníbal es “única”.
Sus fotografías hacen visible esa lucha.
Sus fotografías representan lo que va a pasar y lo que está pasando, lo venidero y lo arcaico, lo remoto y lo próximo, lo que puede llegar a ser y lo que nunca podrá ser.
Su ojo tras su cámara es la combinación perfecta para producir significados y asimismo para destruírlos.
Las últimas fotografías del libro implican una especie de fin de la representación y comienzo de algo que todavía no termina.
La naturaleza es una totalidad viviente.
Aníbal descubre sus metáforas.
Versiones del mito venerable de la gran Diosa, del deslumbramiento ante la mujer amada, del extrañamiento ante la Virgen, la Madre, la Exterminadora donadora de vida, la que no se entiende, la Incógnita, la Contorsionista.
No es un mito moderno: es la versión (moderna) del Mito.
Pasividad inconsciente del absoluto, fase de la conciencia todavía pasiva y aparición de la actividad o energía.
Carnicería, sexualidad, propagación y contemplación espiritual.
Poseída por su delirio la Diosa danza de nuevo.
Representación del movimiento o descomposición y superposición de las posiciones del cuerpo en marcha.
Una rebelión contra el pseudo-arte kodak.
La fotografía como un arte manual y visual.
El mundo fenoménico es Maya, la ilusión.
Un acercamiento como homenaje a Marcel Duchamp y su desnudo bajando la escalera.
“El erotismo vive en las fronteras de lo sagrado y lo maldito”, dice Octavio Paz.
El tema de estas fotografías es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva.
El juego de Aníbal es muy complejo porque la combinación no sólo es fotográfica y plástica sino mental, crítica e irónica.
Aníbal sabe que delira.
Nunca incurre en la ingenuidad de la fotografía automática, obturador impresión.
Su propósito no fue fotografiar como una cámara sino servirse de la cámara y sus fotografías para pintar.
“En el aire hay siempre oculta como una hoja en un árbol una mujer”: Sabines.
El espectador hace la historia.
Las fotografías sólo son puntos de partida.
Un arte que obliga al espectador y al lector a convertirse en un artista y en un poeta.
En un mundo adonde vivimos la crisis de la representación el verdadero artista llega y con una sonrisa establece su ley.
La pasión según Alejandra Peart. Gustavo Sainz
La literatura es un estado de la cultura, escribió Juan Ramón Jiménez, y la Poesía es un estado de Gracia, antes y después de la cultura.
El yo poético semeja a la mariposa de luz que corre irresistiblemente hacia el fuego que la consumirá.
El yo poético de Alejandra Peart tiene ya el fuego en su corazón, de ahí que no se arroje voluntariamente a las llamas: a ella la arrojan los eslabones de su amor.
Aún lejos de las llamas ya estaba ardiendo.
¡Qué negras escrituras cuando el fuego estaba rodeándola!
Una poesía que ilumina el significado de la vida y que se constituye como un acto de amor.
Sobriedad cortante, insólitas imágenes de dura belleza, evocaciones sencillas de lo áspero, lo desértico, lo aislado, lo agresivo.
Dilucidar las posibilidades de la existencia humana.
Extrañeza original.
El signo de la inmediatez y la soledad original.
Alejandra regresa a los orígenes y desde allí escribe lo indecible, oponiendo la aparente simplicidad de su expresión al vacío y el absurdo que la rodea.
El silencio del puro estupor.
El lenguaje debe destruirse a sí mismo para acceder a su verdadera meta.
Una búsqueda de valores auténticos en un mundo inauténtico.
André Gide decía que no hay obra de arte sin atajos.
Montesquieu que no escribimos bien si no saltamos las ideas intermediarias.
Por eso Alejandra seduce tanto por lo escrito como por lo no escrito pero que somos conducidos a descubrir de tan bien dibujadas como están las líneas esenciales.
Una encrucijada, una cita de problemas y sensaciones, pero también otra cosa.
La juventud de Alejandra es una revelación, como si no tuviera edad, siempre madura, siempre prudente, siempre serena, siempre ferviente.
El río es más duradero que el mármol.
Hay que recordar que asombrarse ya es estar enamorado, siendo el asombro el comienzo tímido del goce.
El libro no se ha de quedar en la trampa que se tiende a sí mismo, sino situarse en un espacio que solamente le pertenece a él.
Lo que sucede aquí no sucede en el tiempo, sino en la página adonde se disponen tiempos.
El bien, lo bello, la forma, la emoción. Responder por escrito.
No poder escribir todo aún: un sentimiento tranquilizador (no atreverse a todo).
Si no escribiera la vida se desprendería y se iría de ella.
Poner al descubierto las sensaciones todavía no ocupadas por el sentido.
Dispersión extrema y extrema concentración.
De pronto las fauces abiertas de este libro.
La mirada sobre sí misma porque estamos saturados de historia.
Remueve un montón de cosas en muchas direcciones y eso es lo propio de la literatura.
Se nos pone en evidencia no un poema completo, sino un trabajo de poetizar, un esfuerzo de enunciación.
Como si el cuerpo se despertara, aún nuevo, neutro, inocente, no tocado por la rememoración, por la significación.
Poemas mínimos, suspendidos, donde parece que apenas y ocurre algo, y sin embargo son el colmo de una actividad concentrada,
Los poemas cuentan cómo una lengua reducida al mínimo puede reinventarse, hacerse a la vez emisora y receptora.
Vuelve a ver, ahora son los poemas los que han de volver a verla a ella,
Voz buscadora, historia buscada, lenguaje enemigo y lenguaje aliado.
Pensando bruscamente que en alguna página de este libro, el poema más puro se abre efectivamente al cielo.
El lenguaje de Alejandra parece sencillo, reducido al mínimo, pero etimológicamente hablando es un tejido, una red de escrituras.
Imágenes y sensaciones que la autora nunca podría extraer de su conciencia o de la realidad.
Hay casi una idea de pintura en directo y por esto mismo, íntima, rápida, veloz, imprecisa, arriesgada.
Un explícito gusto por el más-o-menos lingüístico, con el efecto de dar origen a un
no-sé-qué literario.
Alejandra es a la vez poeta e hilandera de sensaciones.
Rayo, desnudez, curvatura, cabeza de Jano, pensamiento supremo. Sus poemas.
Contarlo todo de uno mismo y, sin embargo, no revelar nada.
En cada página la seriedad del principio, la incertidumbre del principio, la absolución del principio, el juego del principio.
Penas de la escritura según Peter Handke: una palabra sale volando de todo el estiércol lingüístico y luego vuelve a posarse, pero ahora en el lugar correcto.
Afirma, repite, ratifica, medita, añade un poco de relleno: el poema.
Poema tras poema, la voz interior de Alejandra.
Andar-contenerse-andar: la manera ideal de escribir.
Glorificar el presente del mundo.
Poesía serena y contenida, aunque la autora a veces quisiera gritar de rabia.
Escribir es siempre un combate del escritor contra sí mismo. Mejor aún, son muchos combates particulares.
Wittgenstein: Disposición poética es la disposición en la que uno es sensible a la naturaleza y en la que los pensamientos aparecen tan vivos como la naturaleza.
Imposibilidad de todo saber y todo fundamento.
De manera transparente una gran ternura por los seres y las cosas y un inmenso estupor ante la realidad,
El amor por la poesía.
¿Dicha en la desdicha, placer en el dolor, gracia en la desgracia, felicidad en la infelicidad?
Protocolos de experiencia.
Uno está en el mundo y oye los discursos del mundo, los discursos que el mundo se dice a sí mismo y a través de los cuales acaso se crea y se recrea.
Revelaciones: lo que estaba ahí sin ser, lo que existía sin esencia, lo que era como pálido recuerdo de lo que fue o como humilde anticipación de lo que está acaso por venir.
Huye de la pasión para reencontrarse con ella al pasar la página.
La pasión como una dialéctica sin fin de insistencias y resistencias, presencias y ausencias, encuentros y desencuentros.
La pasión como conmoción y perturbación y empecinamiento.
Pasión es división, desgarradura, escisión, segmentación, cruz, lanza clavada en el costado, herida abierta.
Imposibilidad de escapar de quien se nos escapa siempre.
Traducimos habitualmente pathos por pasión, ebullición afectiva. Pero pathos está en conexión con paskein, señala Heidegger, que implica “sufrir, tener paciencia, soportar, dejarse llevar, ceder a la llamada de…”
Alma sin velos y corazón en flor diría Rubén Darío.
Cierto barroquismo del pensamiento y la expresión.
Poesía reflexiva, crepuscular, centelleante de pasión entre sus palabras.
Visiones engendradas por su propio ensueño, fantasmas de su pasión que no pueden apresar sus palabras.
Grandes y tumultuosas ideas sobre el amor y la vida.
El corazón como símbolo y realidad.
Enferma de absoluto.
Poesía como forma de conocimiento y objeto de indagación.
Carl Sandburg dice que poesía es el diario de un animal marino viviendo en la tierra, deseoso de volar por el aire.
Poesía es el teorema de un pañuelo de seda amarillo anudado con acertijos, encerrado en un globo de colores atado a la cola de un cometa volando en un viento blanco contra un cielo azul de primavera (Sandburg otra vez).
Poesía es una inscripción fantasma que dice cómo son hechos los arco iris y por qué se van (Sandburg otra vez)
No todos los que vacilan están perdidos.
La mujer, en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse.
En lugar de resolver, reconocer y juzgar, hallar, encontrar, tratar de enunciar.
La fórmula de Godard: no una imagen justa, justo una imagen.
Lo que cuenta en estos poemas nunca es el principio ni el final, siempre es el medio.
Una sobriedad, una simplicidad que no es el principio de nada.
En el devenir no hay ni pasado ni futuro, ni siquiera presente, no hay historia.
El devenir consiste más bien en involucionar: ni regresar ni progresar.
Devenir es volverse cada vez más sobrio, cada vez más simple, cada vez más desierto.
Involucionar es tener un andar cada vez más sencillo, económico, sobrio.
Poetizar como acto. Como política. Como experimentación. Como vida.
Estos poemas son una anti-memoria.
Están llenos de devenires, devenir-deseo, devenir-espera, devenir-desilusión.
Alejandra habla con, escribe con. Con el mundo, con una porción del mundo, con las personas. Y nada de una conversación, sino una conspiración, un arrebato. Responder por escrito.
Una palabra, cierta música, una historia, una línea.
Un nuevo uso de la lengua que hace que surja en el lenguaje una nueva disposición de la lengua.
Uno empieza a volverse imperceptible, clandestino.
Uno ha hecho un curioso viaje inmóvil.
¿Cómo puede desear la pasión su propia represión?
El corazón, sí. De repente late muy de prisa.
Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar.
La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.
Debería haber una escritura de lo no escrito, una escritura breve, sin gramática. Alejandra se dirige hacia allá.
El mundo es el que hace planes con uno.
Todo libro impone su método.
Alejandra escucha las palabras que trazan su futuro.
Sólo podemos vivir en el eco de los acontecimientos.
Es como si una multitud de posibles libros esperasen ver la luz.
¿Podremos recuperar nuestra experiencia a través de sus poemas?
Alejandra escribe un poema y ella es el poema.
Su escritura se ha vuelto realidad, ha elegido cierta cantidad de elementos y los ha ordenado.
Su poema cierra definitivamente el acontecimiento, tal y como ha sido vivido, para sustituirlo con su relación escrita.
Un libro en el que las propias palabras estuviesen enfrentadas al infinito que las mina.
No tenemos otra realidad más que aquella que nos confieren los libros.
Donde el riesgo está ausente no puede haber escritura.
No se puede escribir sin antes hacer callar las palabras que nos agitan.
La página en blanco es un silencio impuesto, y es sobre fondo de silencio sobre el que se escribe el texto.
Alejandra parece preguntarse si no serán más bien las palabras las que la utilizan, como los objetos, los seres, el universo del cual somos presas.
Todo poema es primero un comentario de un silencio.
Ningún saber, ninguna certeza se sostiene frente a la escritura.
Unos espejos que no reflejan más que la mirada que los interroga.
Antes del libro no hay nada. Después no hay nada. Entremedio está la obsesión por el libro.
Hacer El Libro sería hacer-se con él, dar-se, finalmente, una consistencia.
Riesgo de encontrarse cada vez en el umbral de una aventura que no sospechamos, pero de la que descubriremos poco a poco los signos precursores.
Más que dar libre curso a las palabras, se trata de delimitarlas en lo más cercano a sus posibilidades: ahí reside su libertad.
Todo sucede como si Alejandra tratase de reescribir indefinidamente un libro olvidado en su orden inicial.
¿No es cierto que la mayoría de los hombres se apoyan en respuestas ya caducas?
La realidad es insuficiente, dijo Abel Gance.
Tanto la vigilia como el sueño son igualmente irreales.
El poema se cumple a expensas del poeta, dice Octavio Paz.
Y también: Merece lo que sueñas.
La tarea es escribir.
Lo único que en el mundo tiene valor es el alma activa.
Poesía: el acto creador, el acto de vida.
¿Qué es poesía?, ¿Y tú me lo preguntas?, escribió Bécquer.
Alejandra escribe poemas porque ella es un poema.
Y su obra es una prueba que a todos, felices y desgraciados, nos ennoblece.
Los marcianos llegaron ya. Gustavo Sainz
El nuevo libro de Mario González Suárez, Marcianos leninistas, escapa a las clasificaciones ordinarias de género, pues no es ni una novela propiamente hablando ni un libro de cuentos. Incluso carece de índice. Se desarrolla en un sinnúmero de lugares, la ciudad de México, una ciudad rusa, China en la época de una purga maoísta, quizás Polonia, Centroamérica, o más bien la selva en algún lugar sudamericano, Argentina, Cuba, el sanatorio de un psicoterapeuta, una colonia marginal en el DF, y además se recogen observaciones sobre el arte de la lobotomía, el turismo espacial, el sentido de la palabra qualia, qué hacer en caso de secuestro por una nave espacial, y se incluyen dos fotografías, una de cuatro orientales tomando un baño en el Yang-tsé, y otra de un satélite que parece hecho con latas de conserva deshechadas. A pesar de que algunos personajes pasan de un relato a otro, como el doctor G, o Bórriz, y quizás el narrador adolescente obnubilado por su tía que luego es becario en la Unión Soviética, o quizás el tío desaparecido del narrador que luego es protagonista, o la chica que maneja un camión de carga que después aparece con otros nombres. Se habla también de marcianos, naves espaciales, visitantes extraterrestres y todo tipo de conjuras y apostillas. Pero todo es posible, incierto, como si, a la mejor, más o menos, y sobre todo campea una ironía de la mejor clase, tantas travesuras, y una reflexión sobre la lengua y las estructuras narrativas que nos gratifican gratamente.
El libro comienza con un subtítulo, Ludibrium. Según el autor esto es “un género literario inventado a finales del Renacimiento en Alemania, y quiere decir juego serio o broma mística”. Luego empieza un trozo narrativo titulado Autobiografía revelada, adonde un joven de clase media, en un tono que recuerda lo mejor de Woody Allen, recuenta su vida y la intriga que le causaba la desaparición de su tío, probable activista político. “Aún no me aclaro si este mundo es un callejón donde me perdí o una estación obligada antes de continuar el siguiente episodio” (9) El relato es astuto y no carece de promesas inquietantes: “la realidad me resultaba algo indefinible, un amasijo de emociones, una piedra que sangra”. Termina en que la deseable tía del protagonista se va al probable encuentro del tío. Después, en vez de continuar esta prometedora historia, aparece un epígrafe, en un apartado titulado Qualia, sobre “los martícolas”, y sigue otro relato, En russki, con las atribulaciones de un grupo de estudiantes mexicanos en la Unión Soviética. El despistado lector puede creer que se trata del joven clasemediero del primer relato, pero quizás no, y además no importa. Aquí también hay conspiraciones, secretos, grupos en pugna, conjuras, y en cuanto se termina, otra Qualia, sobre las conveniencias de mandar un agente hipersecreto a los Estados Unidos, quién sabe con qué fin. Esta estructura, relatos interrumpidos o separados por Qualias, se mantendrá durante el resto del libro. Inútil buscar ésta palabra en el diccionario. Pero el autor mismo nos la explica en un epígrafe atribuído a John R. Searle: “No hay sino conciencia, que consiste en una serie de estados cualitativos”, y “todos los fenómenos conscientes son experiencias cualitativas y de aquí que sean qualia” (185).
En estos intermedios se rompe toda coherencia, y se presentan desde una serie de afirmaciones terminantes, como “Las drogas necesariamente las vende el gobierno”, o “Dios existe para quien lo invoca, no es propiedad de la Iglesia” (109), o “Es un derecho de los individuos reflexionar sobre la conveniencia de que el mundo siga existiendo” (110), o “Dí lo que quieras” (111), hasta “How to deal with a UFO sighting or abduction” (149). Como en todo libro posmoderno que se respete hay citas en ruso, alemán, inglés, y jerga latinoamericana.
Los relatos van progresando a audacias de diferente clase, desde abolición de mayúsculas en nombres propios, hasta abolición absoluta de mayúsculas y casi de puntuación, y omisión del espacio entre las palabras, como en latercerainterplanetaria (113), hasta el forzamiento de la sintaxis para parodiar el lenguaje telegráfico de los agentes policiales, como “mi misión en República de México instrucciona corroborar datos informados al Comité Central por el agente camarada Evgeni Iukov, acorde pasaporte” (129), hasta la jerga y el paroxismo de El Pelochido (237), una de las narraciones mejor conseguidas del libro. Finalmente quiero hacer referencia al último relato del volumen, Arroz Fumanchú, adonde las amarras tradicionales del contar son brutalmente abolidas, y todo pasa como a una región onírica nunca antes visitada. Así, el texto comienza con “Cierta vez en un planeta muy lejano alguien soñó”, y dos páginas después “Horacio pensó que él también era Emmanuel” (292), o más adelante “Horacio apenas se percató de que era un infante”, o “Sabía lo que a continuación sucedería” (297), o “No pasaron ni diez años lineales cuando se abrió la puerta del estacionamiento” (299), o “Llegado a este nudo del sueño no quedó duda de que también en este cosmos combatían fuerzas antagónicas irreconciliables contrarias enemigas adversas” (303). En fin, ya nada es como era, y por donde quiera hay arenas movedizas, y una inteligencia maliciosa vigilándolo todo. Después del último Qualia hay un epígrafe adonde se vaticina que “Del mundo no quedará nada…”
Entretanto gocemos ésta singular lucha por la expresión, y Mario González Suárez está más que preparado para enfrentarse a las palabras y nos ha entregado esta deliciosa extravagancia, esta fiesta, este juguete lleno de cohetes y de ironías y sabiduría, y de sonrisas amargosas y risas destempladas. Una bella lección de cómo debe escribirse después de Arreola, Paz, Fuentes, Pacheco, Del Paso, Monterroso, y tantos otros.
Marcianos leninistas
Mario González Suárez
México, Tusquets, 2002, 340 p
ISBN 970-699-061-5
Marcianos leninistas
Mario González Suárez
México, Tusquets, 2002, 340 p
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