Saturday, November 20, 2004

Aníbal Angulo. Gustavo Sainz

Al mirar las fotografías de Aníbal Angulo que se agrupan en éste volumen vinieron a mí memoria unas líneas de un libro temprano de Octavio Paz: “Cortar el cordón umbilical, matar bien a la Madre: crimen que el poeta cometió por todos, en nombre de todos. Toca al nuevo poeta descubrir a la Mujer”.

Aníbal, nuevo fotógrafo, descubre a la nueva Mujer.

Y pronto otras líneas de una novela mía, Fantasmas aztecas: “…que la mujer es un ser imaginario, un animal fabuloso emparentado con la mantícora, el hipogrifo, la anfisbena y el catoblepas…, que la mujer no existe, que lo que existe en todo caso es el espacio que la mujer ocuparía (de existir), es una serie, una concatenación de ideas acerca de la mujer, de lo que debe ser una mujer…”

O como dice Jaime Sabines: “En la orilla del aire (¿qué decir, qué hacer?) hay todavía una mujer”.

Y pensaba en esto mientras pasaba las páginas una y otra vez, y miraba a estas mujeres como formándose de arena, de agua, de blanco deslumbrante, plasmándose en el negativo con dificultad, desfiguradas, deconstruídas, sucesivas, acumuladas, pero siempre como en cierta desesperación de salida, de salir a la luz, a la vida, a la representación.

Hay un exceso controlado en el trabajo de Aníbal.

Una voluntad de encontrar otro orden, de atreverse a ir más allá, como si tratara desesperada y controladamente de alcanzar algo que nunca puede alcanzar, pero que lo persigue porque lo arrebata y lo llena de voluntad y de pasión y hasta de cierta desesperación.

Las olas lamiendo la orilla de la playa parecen ilusorias.

Pueden y no pueden contenerse.

“Bajo el agua, en el agua, abre, enciende los ojos, mírala bien”: Sabines.

Sueltan su secreto, una oleada tras otra y dejan ver a una Mujer, a cierta Mujer, a esta nueva Mujer que apenas nace en los albores de un nuevo siglo.

Tratan de llegar a la figura completa de una Mujer.

Las que son muy feas que nos perdonen, como decía Drummond , una Mujer muy difícil de crear, una Mujer casi imposible de concebir, de contemplar, de comprender.

Esto se arreglará.

En el oleaje no hay ninguna libertad.

Las olas se esfuerzan por confundirse unas con otras y quieren develar a una Mujer verdadera, es decir, única, diferente, auténtica, posible.

“Algas, ramas de peces, ojos de náufragos, flautas de té, le cantan, la miran bien”: Sabines.

Creen que pueden, cubren enteramente la belleza de ese cuerpo femenino y Aníbal vigila.

La mujer amada está en un estado de resurrección permanente.

Aníbal la escruta y la descifra sin cesar, pero sale del cerco, nunca coincide perfectamente con el discurso que le conviene, burla todos los esfuerzos que consigue hacer por rodearla o circunscribirla: por eso la intuye.

“En el monte, extendida sobre la yerba, si buscamos bien: una mujer”. Sabines de nuevo.

El amor, olvido de todos, es un llamamiento al otro.

Este sueño encantado constituye un despertar de la sensibilidad irreductible de la visión del cuerpo del otro.

Esta embriagadora evasión desembriaga a quien vive con su imperialismo.

En lugar de ser contemplada desde lo alto, dominada por una mirada panorámica o escuchada con un oído sospechoso, la Mujer es acogida, y esta hospitalidad realiza la significación metafísica de la comunión en el amor.

En las minas, perdida, delgada, sombra también, raíces de plata oscura le dan de beber”: Sabines.

En el amor el pensamiento tiene una posibilidad de abrirse a una verdad nueva cuando esa nueva Mujer es encarada de frente y el pensamiento repite sus propias certezas y constituye una amenaza para la representación cuando la Mujer queda intuída, rodeada, englobada, comprendida.

Lo que el profano no perdona a los artistas es el hecho de que éstos se adueñen de los problemas de todo el mundo, de que los personalicen, de que los oscurezcan y de que por fin los restituyan pero en un lenguaje del que queda excluído todo el mundo.

Fotografías como caricias.

La caricia no es un simple rozamiento, sino que es cierta modelación.

Al acariciar a otra persona hago nacer su carne bajo mis dedos.

La caricia es el conjunto de la ceremonia que encarna al otro.

“A tu espalda, en donde estés, si vuelves rápido a ver, la ves”: Sabines.

Una trampa tendida al otro para que al renunciar a su mirada y su libertad se convierta en presencia ofrecida.

Es una incitación a la pasividad, un intento de incorporar al ser deseado para que ya no pueda escaparse y para que yo cese de vivir bajo su mirada.

Por tierna o ferviente que sea la caricia está animada por el deseo de hacer inofensivo al otro, de desarmarlo, de transformarlo en objeto y de cercarlo dentro de los límites de su puro estar presente para que no me trascienda por todas partes.

Aníbal acaricia las fotografías de este libro en su computadora con el cursor que modifica, acentúa, borra, recompone, altera.

Ya no expuesto a la mirada de esa Mujer, como si insidiosamente se desquitara, ya no es dependiente, o lo es pero sólo de su arte, está poseído por el placer de representar sus visiones interiores.

Por medio de sus fotografías petrifica y arrastra a aquella cuya mirada lo había adherido a su ser.

No hay armisticio alguno en la lucha de las conciencias.

El soldado con licencia continúa siendo un combatiente.

El reposo del guerrero es también una artimaña de guerra.

Lo femenino no es invisible ni misterioso, es transparente.

A la lucidez del instinto se opone el instinto de la lucidez.

La lucha por la expresión en el caso de Aníbal es “única”.

Sus fotografías hacen visible esa lucha.

Sus fotografías representan lo que va a pasar y lo que está pasando, lo venidero y lo arcaico, lo remoto y lo próximo, lo que puede llegar a ser y lo que nunca podrá ser.

Su ojo tras su cámara es la combinación perfecta para producir significados y asimismo para destruírlos.

Las últimas fotografías del libro implican una especie de fin de la representación y comienzo de algo que todavía no termina.

La naturaleza es una totalidad viviente.

Aníbal descubre sus metáforas.

Versiones del mito venerable de la gran Diosa, del deslumbramiento ante la mujer amada, del extrañamiento ante la Virgen, la Madre, la Exterminadora donadora de vida, la que no se entiende, la Incógnita, la Contorsionista.

No es un mito moderno: es la versión (moderna) del Mito.

Pasividad inconsciente del absoluto, fase de la conciencia todavía pasiva y aparición de la actividad o energía.

Carnicería, sexualidad, propagación y contemplación espiritual.

Poseída por su delirio la Diosa danza de nuevo.

Representación del movimiento o descomposición y superposición de las posiciones del cuerpo en marcha.

Una rebelión contra el pseudo-arte kodak.

La fotografía como un arte manual y visual.

El mundo fenoménico es Maya, la ilusión.

Un acercamiento como homenaje a Marcel Duchamp y su desnudo bajando la escalera.

“El erotismo vive en las fronteras de lo sagrado y lo maldito”, dice Octavio Paz.

El tema de estas fotografías es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva.

El juego de Aníbal es muy complejo porque la combinación no sólo es fotográfica y plástica sino mental, crítica e irónica.

Aníbal sabe que delira.

Nunca incurre en la ingenuidad de la fotografía automática, obturador impresión.

Su propósito no fue fotografiar como una cámara sino servirse de la cámara y sus fotografías para pintar.

“En el aire hay siempre oculta como una hoja en un árbol una mujer”: Sabines.

El espectador hace la historia.

Las fotografías sólo son puntos de partida.

Un arte que obliga al espectador y al lector a convertirse en un artista y en un poeta.

En un mundo adonde vivimos la crisis de la representación el verdadero artista llega y con una sonrisa establece su ley.

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